Por Yeter Palmero/ Televisión
Camagüey
Llegó enero y es imposible no
recordar al Apóstol. Es como si al iniciar cada año volviésemos a encontrarlo
en una calle, biblioteca, escuela o centro de trabajo, dispuesto a acompañarnos
durante todo el nuevo calendario en cada batalla a enfrentar y en cada alegría recibida.
José Martí es Cuba. El amor a la Patria, y entrega por ella lo hicieron hijo digno de
esta tierra. No le limitó el presidio político sufrido a los 16 años de edad,
ni el duro exilio, ni las enfermedades crónicas, ni la propia guerra. Por
encima de todo, dio todo por Cuba, hasta
su propia vida.
No existe uno entre nosotros que
no le conozca. Desde el hogar y la escuela aprendimos a mirarle en imágenes; con
su frente amplia y sus ojos profundos. Acudimos a sus textos con frecuencia para
aprender sobre la justicia, la política, el amor, la ciencia, el arte y
los más variados temas.
Dejó un legado inagotable. Mientras
más leo sobre él y lo escrito por sus manos,
más comprendo cuán visionario fue.
Encerrarlo en definiciones o
conceptos es difícil. Pero no puede obviarse su profunda cultura, y las habilidades que hicieron de él un
excelente orador, periodista por excelencia, conocedor además de los oscuros intereses
hacia Cuba de gobernantes norteamericanos; -intereses que no han cambiado hasta
hoy, traducidos en un injusto bloqueo y el financiamiento de acciones
subversivas.
No es Martí un héroe más. Fue el
gestor de la guerra de 1895, el autor intelectual del Asalto al Cuartel Moncada, -acción revolucionaria que en
1953 dio inicio a luchas por la
soberanía cubana concluidas el 1 de enero de 1959 con una Revolución
triunfante, por y para los humildes.
Cuando repito el poema Abadala: El
amor, Madre, a la Patria, no es el amor ridículo a la tierra, ni a la hierba
que pisan nuestras plantas, es el odio invencible a quien la oprime, es el
rencor eterno a quien la ataca; se
de lo que habla Martí. Me siento entonces en el deber de luchar a diario,
porque en nuestra isla las conquistas alcanzadas en los últimos 54 años permanezcan
para bienestar de los cubanos.
Si pienso en América desde su perspectiva, -que es nuestra perspectiva hoy-, entonces la llamo Nuestra América. Le veo como mentor de la unidad que hoy se palpa
entre los pueblos de esta región. Es su sueño haciéndose realidad.
El Apóstol vive no sólo entre los cubanos renaciendo cada enero,
también entre los latinos como semilla inmortal de América.