lunes, 12 de diciembre de 2011

Líneas dedicadas a Pablo de la Torriente

Nota: En un aniversario más del natalicio de Pablo de la Torriente, excepcional periodista y sobre todo cubano de corazón, comparto con ustedes el artículo Pablo, escrito por Raúl Roa. En esas líneas queda muy bien definida la personalidad y vida de este gran hombre.(Yeter Palmero)

Pablo

Por Raúl Roa Kourí

El 12 de diciembre de 2011 se cumplen ciento diez años del nacimiento de Pablo de la Torriente Brau en la capital de nuestra hermana irredenta, Puerto Rico. Más tarde, su familia devino también cubana, aunque nunca olvidó sus raíces borinqueñas. Nunca conocí a Pablo: tendría apenas cinco meses cuando cayó en Majadahonda, estribaciones de la Sierra de Guadarrama, en asalto frontal contra las tropas fascistas y requetés sublevadas por Franco contra la república, con el apoyo de Hitler y Mussolini y la vista gorda de los gobiernos democráticos de Europa. A su lado murió un niño que apenas contaba doce años, cuyos padres habían sido asesinados por la ralea franquista.

Nunca conocí a Pablo, pero le conozco sus tremendas carcajadas, sus gritos olímpicos, su luenga barba del presidio, digna del abate Farías; su insaciable apetito -a mi abuela Josefina decía que añoraba zamparse una bañadera pletórica de frijoles negros- su alegría de vivir, sus profundas convicciones revolucionarias, su odio a la injusticia, su amor a la patria, a su muchacha Teté, inteligente y frívola, a los árboles que cuidó con esmero en Punta Brava, donde los viejos Casuso.

De niño estuve muchas veces en aquella casita, cercana al tejar que administraba Casuso. Él me enseño “los árboles de Pablo” y a admirar la naturaleza: el leve vuelo del zun zun y el canto del tomeguín. Le pregunté por Pablo, también a Teté, que se decía “mi abuela” (porque Pablo, que intuía la posibilidad de su muerte en España, escribió a mi padre que, como probablemente no tendría hijos propios, sería abuelo de los suyos).

Mis padres fueron amigos entrañables de Pablo. El viejo compartió tánganas inolvidables antimachadistas con el autor de Peleando con los milicianos, vivieron la prisión y el exilio, tuvieron similares ideas y propósitos. Fundaron la Organización Revolucionaria Cubana Antiimperialista (ORCA) y batallaron por el Frente Único de las fuerzas de izquierda para rehacer el movimiento truncado por el imperialismo y la traición de Fulgencio Batista. Tras la huelga de marzo de 1935, la revolución del 33 había sufrido, de momento, una derrota sin remedio.

No por ello se arredraron Pablo, Roa, Valdés Daussá, Aldereguía, Portuondo, ni tantos otros jóvenes sumados tempranamente a la lucha por la verdadera independencia nacional y la revolución social, agraria y antimperialista, que proclamaron desde el Ala Izquierda Estudiantil, primero, y desde ORCA e Izquierda Revolucionaria, después.

Pablo decidió irse a España. Allí se definía la historia, se peleaba por un mundo de justicia e igualdad para todos, contra el monstruo nazi fascista. Consideraba su presencia allí como reportero de New Masses una experiencia de muchas utilidad para la revolución cubana, que por el momento veía en reflujo. Claro, todos sus compañeros sabían que Pablo no se limitaría a escribir sobre la guerra; que más temprano que tarde empuñaría también el fusil y enfrentaría la morralla fascista. Y así fue.

A pesar de que ni Pablo ni Roa ni otros de su grupo concordaban con la dirección que había dado Stalin a la Rusia Soviética tras la muerte de Lenin, mantuvieron sus convicciones marxistas y socialistas. En la precisa circunstancia de la Guerra Civil Española, Pablo, que no lo hizo en Cuba por esas discrepancias, decidió ingresar al Partido Comunista de España, considerando su postura la más justa políticamente y la que mejor se avenía a sus convicciones.

Fue Comisario Político, combatiente de primera línea, escribió páginas hermosas y vibrantes sobre la heroica resistencia del pueblo español, denunció la barbarie fascista -los cruentos bombardeos de ciudades abiertas, el vil asesinato de mujeres, ancianos y niños con la complicidad de la burguesía, la colaboración de muchos curas y dignatarios de la iglesia, no todos por cierto, con las hordas falangistas– y la pusilanimidad, en verdad, la cobardía, de Francia, Inglaterra y otros sedicentes gobiernos democráticos.

Su caída es epítome de su vida: olímpica arremetida para derribar los muros de la injusticia, la explotación y la miseria humanas; alarido avizor de un mundo nuevo, por el que seguirían luchando -siguen, aún, sin desmayo- sus hermanos de brega, y quienes les seguimos, aquí y en otras tierras. ¡Nunca se puso el sol sobre su frente; heredó, sin duda, su altura la montaña!

La Habana, 2011
(Tomado de www.cubadebate.cu)

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