El presidente venezolano Hugo Chávez Frías ha iniciado oficialmente
su campaña presidencial, de cara a las elecciones del próximo octubre.
Su carisma natural y su exitosa gestión de gobierno le permiten un
arrastre popular que supere en cada concentración a las de la oposición,
a pesar de las constante guerras mediáticas que se ha visto obligado a
soportar, no solo dentro del país, sino desde medios globales que lo han
hecho blanco de sus más despiadados ataques.
También se ha incrementado el monto de las partidas presupuestarias que el Departamento de Estado estadounidense eroga con vistas a la subversión en el país y en nombre de la restauración de la democracia, como si Chávez no hubiese triunfado en sucesivos referendos bajo fuegos de hostigamientos cruzados. Diversas encuestadoras, aun así, lo han estado dando como el indiscutible favorito para llevarse el triunfo en las presidenciales, algunas incluso con 21 puntos porcentuales de ventaja. Y no es baldío este favoritismo popular, a pesar de todas las dificultades que el proceso de cambio contrae sobre las bases de una sociedad altamente estratificada por lega histórico.
También se ha incrementado el monto de las partidas presupuestarias que el Departamento de Estado estadounidense eroga con vistas a la subversión en el país y en nombre de la restauración de la democracia, como si Chávez no hubiese triunfado en sucesivos referendos bajo fuegos de hostigamientos cruzados. Diversas encuestadoras, aun así, lo han estado dando como el indiscutible favorito para llevarse el triunfo en las presidenciales, algunas incluso con 21 puntos porcentuales de ventaja. Y no es baldío este favoritismo popular, a pesar de todas las dificultades que el proceso de cambio contrae sobre las bases de una sociedad altamente estratificada por lega histórico.
Chávez ha proyectado el inicio de campaña en gestiones concretas, en
un llamado a la conciencia del pueblo acerca del difícil camino a la
soberanía nacional. La incorporación de la sociedad a los procesos de
transformación se ha reflejado en numerosas medidas, aunque su
completamiento depende de un trabajo de más largo plazo en tanto
afloran, casuísticamente, dificultades que es necesario superar de
acuerdo con sus características puntuales, aunque sin apartarse de los
principios revolucionarios del chavismo. La consolidación de su gestión
gubernamental se apoya entonces en lo conseguido, en lo alcanzado hasta
el momento y, por extensión, en el entusiasta triunfalismo que acude al
ambiente de campaña. Y es lógico, y hasta necesario, que la agenda se
centre en los próximos cien días en esa amplia lista de logros y
virtudes de la revolución bolivariana, y posponga el capítulo de los
errores y desviaciones para el reinicio de la consolidación.
No queda otro remedio que seguir trabajando sobre las bases
eleccionarias que durante siglos ha planteado el espectro burgués de la
democracia. El largo proceso de legitimación política del capitalismo
impone sus esquemas, y hasta buena parte de sus reglas de juego, a las
propuestas democratizadoras del socialismo del siglo XXI, un tema que se
ha perdido de la agenda de debate político latinoamericano y que ha
cedido el escenario al que plantean los medios, tanto de información
como académicos, desde sus propios intereses clasistas. No se halla, por
tanto, la revolución bolivariana en el camino ideal ni, por mucho, en
un camino sin obstáculos reales, objetivos, para la transición, pero
ello es parte de la herencia que arrastran los socialismos emergentes
del siglo XXI, devenidos de las urnas y, por tanto, forzados a
realizarse sobre bases políticas creadas para serle hostiles. Si a pesar
de todo ello, la revolución avanza y gana otro proceso, se demuestra
hasta qué punto el trauma de la dominación no puede ser ocultado con
ataques de manipulación informativa y promesas efímeras que jamás se
habían cumplido antes del chavismo.
El candidato opositor, Henrique Capriles, por su parte, ha tratado
del enrumbar la polarización del voto popular proyectando una falsa
disyuntiva entre Democracia y Comunismo. Se aprovecha así de las
implicaciones de sentido que ambos vocablos transmiten al común de una
población agredida durante décadas con fantasmagóricas representaciones
del comunismo e idílicas proyecciones de la Democracia. El show del
partidismo electoral suplanta de algún modo al verdadero sentido de la
sociedad futura. No solo desde los medios masivos, sino también, y con
estables y forzosos paradigmas, desde los predios académicos. Allí han
forjado fantasmas ideológicos como John Goicochea y eventos donde la
ciencia brilla por su ausencia y cínicamente se fragua un entramado de
propaganda política con elementales y discriminatorias bases de
percepción de lo masivo.
La simplificación es, por tanto, uno de los asideros de la oposición.
Y para ello necesitan compactar los indiscutibles logros del chavismo
en una perspectiva difusa, ceñida solo a sus errores. No por gusto
Capriles ha estado plagiando, siquiera superficialmente y durante todo
un año, varias de las estrategias populares puestas en marcha por la
revolución bolivariana, las que en principio desechaban tildándolas de
“populismo”, y que son parte esencial de las transformaciones en pro de
la inclusión ciudadana y de la participación social. Se trata de una
proyección significacional de su propia campaña, pues se sabe en
desventaja ante la sociedad venezolana y necesita ocupar los
intersticios que los inevitables errores van dejando.
En esa búsqueda simplificadora, lo han secundado otros políticos
clientelistas del sistema estadounidense y, sobre todo, de sus
relaciones comerciales. De consuno con los infaltables generadores de
opinión pública, se sobreentiende. Pero esa democracia de los opositores
responde a patrones vencidos, fracasados y en crisis, no solo económica
sino además estructural, de la Democracia liberal burguesa, la misma
que pacta con los poderes de dominio global económico y que compra,
subvenciona y tutela los monopolios de la información, que a su vez son
parte del consorcio empresarial de hegemonía e injerencia cínica en
aquellos gobiernos que decidan medidas de progreso soberano para su
ciudadanía y su nación y no garantía de privilegios para las clases
altas. Los vínculos y compromisos de Capriles con organizaciones de
explotación económica neoliberales y extractivistas que depredan los
recursos naturales del país, pensando solo en su ganancia líquida
inmediata, dan fe de cuál es el progreso que promete a Venezuela.
Sin embargo, la fuerza de los medios proyectará sobre el espectro
ideológico de la ciudadanía venezolana esa dicotomía falseada, en su
doble dirección: semiótica y semántica, para gatear por los depauperados
escaños de sus posibilidades ante la elección presidencial. Y, no hay
que perderlo de vista, para generar falsos positivos acerca de supuestas
circunstancias internas de crisis que justifiquen la intervención
directa y el golpismo.
¡Ojo con los que desde ya van empedrando el camino en esa dirección!
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