Qué gusto estar en la patria. Y la llamo así no solamente porque
este sagrado edificio que nosotros llamamos nuestra embajada -y los
yankis llaman una “sección de intereses”–es territorio cubano. Más
importante que eso, digo “Patria”, porque estoy rodeado de patriotas.
Patriotas que ahora residen lejos de la Isla: como mi amigo Mandy en
Miami, Félíx en Chicago, Pancho en Denver, Raúl en San Juan, o Luisito
en Washington.
También se encuentran entre nosotros, cumpliendo misión
internacionalista aquí en nuestra embajada, patriotas como mis hermanos
Jorge, Tomás, Patricia, Gretel, Robertico y la niña Yvette.
No los menciono a todos, porque no quiero tragarme un radio.
La patria, mis queridos hermanos, no está sostenida por un suelo,
sino por un pueblo. Por los seres de carne y hueso que la aman y
comparten un mundo particular de sentimientos, de recuerdos, de
infancias, de olores, de sabores, y de respeto hacia los que han de
conservar y engrandecer la memoria afectiva de un colectivo.
Bien sabemos nosotros que la patria no es un lugar donde se está,
sino donde se vive. Nunca fue más cubano Heredia que cuando en 1824 le
cantó al Niágara.
Nunca fue más cubano Martí que cuando en 1891 en un liceo en Tampa
dijo: “¡Se dice cubano, y una dulzura como de suave hermandad se esparce
por nuestras entrañas!”
Nunca fue más cubano Martínez Villena que cuando en 1930 desde Moscú
le escribió a su querida Asela,
“Mi último dolor no es el de dejar la vida, sino dejarla de modo tan
inútil para la Revolución… Hay que estudiar, hay que combatir
alegremente por la Revolución, pase lo que pase, caiga quien caiga!”
Nunca fue más cubano Mella que cuando el 10 de enero de 1929 en
México -herido mortalmente– respiró sus últimas palabras en los brazos
de Tina Modotti: “Muero por la Revolución”.
La patria es la gente que respira patria. Donde quiera que estén.
Los médicos internacionalistas cubanos trabajando para salvar vidas y
combatir el cólera en Haití respiran patria. Los maestros
internacionalistas cubanos combatiendo el analfabetismo en Bolivia
respiran patria.
Los Cinco cubanos que arriesgaron sus vidas en Miami para defendernos
del terrorismo respiran patria. A pesar de estar lejos del suelo
cubano encarcelados en dispersas cárceles dentro de los Estados Unidos,
viven y respiran patria. Juntos a Martí, Céspedes, Agramonte, Maceo,
Mella y Camilo: son nuestros héroes. Nuestros hermanos.
Con su comportamiento desde sus oscuras y a veces heladas prisiones,
estos Cinco Hermanos son ejemplos de cubanía. Nos hacen recordar las
palabras de Bonifacio Byrne,
En el fondo de obscuras prisiones
no escuchó ni la queja más leve,
y sus huellas en otras regiones
son letreros de luz en la nieve…
no escuchó ni la queja más leve,
y sus huellas en otras regiones
son letreros de luz en la nieve…
Como cubanos que somos, tenemos el deber de defender a estos Cinco
Hermanos. Sus caminos son nuestros letreros de luz en la nieve. Y son,
también, nuestra patria.
Fueron condenados a largas e injustas sentencias por haberse atrevido
a combatir el odio que rebosa en Miami. A protegernos del terrorismo
que proviene desde Washington y Miami. Un terrorismo que le cobró la
vida no solamente a miles de cubanos en Cuba, sino también:
A Carlos Múñiz Varela que hoy cumple 33 años de haber sido asesinado
en San Juan a los 26 años de edad.
A Eulalio Negrín asesinado en Nueva York el 25 de noviembre de 1979.
A Félix García Rodríguez asesinado en Nueva York el 11 de septiembre de 1980.
A Crescencio Galañena Hernández y Jesús Cejas Arias asesinados en Buenos Aires el 9 de agosto de 1976.
A Orlando Letelier asesinado el 21 de septiembre de 1976, a pocas cuadras de aquí donde estamos reunidos en Washington.
A Fabio Di Celmo en el Hotel Copacabana en La Habana el 4 de septiembre de 1997.
A Eulalio Negrín asesinado en Nueva York el 25 de noviembre de 1979.
A Félix García Rodríguez asesinado en Nueva York el 11 de septiembre de 1980.
A Crescencio Galañena Hernández y Jesús Cejas Arias asesinados en Buenos Aires el 9 de agosto de 1976.
A Orlando Letelier asesinado el 21 de septiembre de 1976, a pocas cuadras de aquí donde estamos reunidos en Washington.
A Fabio Di Celmo en el Hotel Copacabana en La Habana el 4 de septiembre de 1997.
Y no podemos olvidar del asesinato a sangre fría el 6 de octubre de
1976 de los 73 pasajeros a bordo CU-455 sobre las aguas de Barbados. 57
de esos pasajeros eran cubanos, incluyendo a 24 miembros del equipo
juvenil de esgrima-ganadores de las medallas de oro, plata y bronce en
los juegos Panamericanos en Caracas. Los que los vieron abordar la nave
ese día cuentan que en sus pechos colgaban las medallas que habían
ganado. Una de las víctimas en ese avión era una niñita de 9 años
llamada Sabrina. Una de las dos bombas que los terroristas detonaron en
el avión la descuartizó.
Los autores intelectuales de esos asesinatos gozan de una plena
impunidad en los Estados Unidos. En vez de extraditar a Posada
Carriles, Washington lo protege. El terrorista marcha libremente en
Miami a favor de las Damas de Blanco y se reúne con algunos de los
politiqueros miamenses como el Congresista David Rivera en los
restaurantes de la saguecera para pedirle al supuesto exilio que “afilen
sus machetes” contra Cuba.
Como dijo Martí, “por lo invisible de la vida corren magníficas
leyes”. Estas leyes regulan nuestra conducta: en la paz, y
especialmente en la guerra. Discrepancias políticas se debiesen
combatir pacíficamente o (si es necesario) en el campo de honor. No con
bombas en los hoteles y restaurantes. No atacando a civiles, a niños y
a mujeres indefensas.
Podemos decir del terrorismo de Miami y de Washington durante las
últimas cinco décadas lo que José de la Luz y Caballero afirmó acerca de
la esclavitud en Cuba en el Siglo XIX: que es un problema ético, un
pecado colectivo, un cáncer social.
Esta noche a las 6 de la tarde en (where else?) Miami una tal “Junta
Patriótica Cubana” celebrará un homenaje al terrorista Orlando
Bosch-cómplice de Posada Carriles en la voladura del avión cubano–con
motivo de cumplirse el primer aniversario de su fallecimiento.
No conozco a esa “Junta Patriótica” que quiere homenajear a un
terrorista, pero les puedo afirmar que sobre la ausencia de ética, la
insensibilidad colectiva y el vicio moral no se puede sustentar una idea
de patria.
Nunca sentí yo tanto odio a mi alrededor que cuando me pasé cuatro
meses y medio en El Paso, en el mismo hotel que Luis Posada Carriles,
sus secuaces y su abogado Arturo Hernández, quien en ausencia de
cubanía, insistía que lo llamaran Art Jernandes.
Sentí a mi alrededor un odio tan pero tan grande, que comprendí por
primera vez qué mueve a un ser humano cuando se dispone a asesinar a
otros cubanos, simplemente porque piensan diferente. Un odio que
desafortunadamente han heredado muchos de los hijos de los cubanos que
llegaron a Miami a principio de los 60. Una vez en el ascensor del
hotel les dije, “Oigan, no soy yo el terrorista”.
El primer día que llegué a El Paso para el caso de Luis Posada
Carriles, uno de sus seguidores-Sergio Díaz-vinculado a Alpha 66 me
amenazó de muerte. Lo miré cuando me amenazó. Sus ojos chispeaban del
odio que brotaba desde sus entrañas. Hice lo que aconsejan ante esas
amenazas. Lo reporté al FBI y a los medios. Al otro día, un joven
jornalero mexicano me reconoció mientras caminaba hacia la corte a dos
cuadras del hotel.
“¿No es usted el cubano que los terroristas amenazaron aquí en El
Paso anoche? Le respondí que sí. “Fíjese”, me dijo, “vivo con unos
amigos no muy lejos de acá. Si quiere, puede hospedarse con nosotros”. Y
añadió, “Nos gustaría ayudarlo. Queremos mucho a la Revolución cubana y
al Presidente Chávez de Venezuela”. Le di las gracias, pero por
principio decidir seguir en el mismo hotel.
Ese odio miamense nutre la solidaridad de los demás con nosotros y
fortalece nuestra propia cubanía. Dondequiera que estemos. Nada hace
más visible al bien que la maldad.
Fue un odio feroz a la Revolución lo que precipitó las condenas
contra nuestros Cinco Hermanos en Miami. Fue ese odio el que impulsó a
la jueza a sancionarlos a largas sentencias carcelarias por el simple
hecho de tratar de protegernos de los terroristas; de unos traidores que
los Estados Unidos inspiraron, armaron y desencadenaron contra Cuba.
Unos terroristas que Washington viene protegiendo hace ya más de
cincuenta años.
Pero por cada cubano que el odio miamense asesina nacen mil
patriotas. Por cada ley injerencista norteamericana diseñada por
Washington para apoderarse de Cuba, se fortalece el sentido de Patria
cubana, que nos toca defender. Y nadie lo hará por nosotros, hermanos.
Nos toca defender a los Cinco. Nos toca, y asumimos esa defensa con
honor y cubanía. Nos toca defender a Cuba ante los yankis y los
pitiyankis en Miami que quieren convertir a nuestra nación en una
colonia como Puerto Rico.
Que Washington nos escuche; que sepa que nosotros los cubanos que
residimos en el exterior estamos orgullosos de nuestra cubanía; que
tenemos un profundo sentido de Patria; que condenamos el bloqueo; que
condenamos la política injerencista norteamericana. No es nada más que
una moderna Enmienda Platt. Exigimos la inmediata suspensión del
programa de “cambio de régimen” engendrado por George W. Bush y ahora
continuado por Barack Obama.
Cuba no es de Washington, ni de Miami. Es de los cubanos que la
defienden y la respiran.
No descansaremos hasta que liberen a nuestros Cinco Hermanos.
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